Anécdotas Hípicas Venezolanas presenta:

Indudable

(Ven, 1981, Gummo en Sally Laing por Bold Reason)

por Jaime Casas

Nota del R.: El siguiente es un trabajo que surgió de improviso, en una de las noches en que nos sentíamos abrumados por la situación dolorosa que vive nuestro hipismo, por esa incompetencia manifiesta de las autoridades que dejan claro su desconocimiento total de lo que significa esta actividad, por esa apatía generalizada en los gremios que impide tomar acciones salvadoras. Quizás fue porque nos planteábamos si realmente valía la pena someterse a estos momentos tristes, a soportar las agresiones implícitas de los que quieren destruir el hipismo. Por que buscábamos de alguna manera encontrarle sentido a vivencias dentro de este mundo y valorarlas. Quizás porque internamente necesitábamos una respuesta, un aliciente para adelante en esta lucha que parece no tener La conclusión, definitivamente fue contundente: el hipismo vale pena.

Indudable

Aún recuerdo con claridad aquella tarde de octubre de 1984, el domingo del mes. La ida al hipódromo no fue posible, pues mi amigo Hiram a última hora tuvo algún impedimento y yo, con mis 14 años recién cumplidos, ni idea tenía de donde se agarraba algún autobús que me llevara a La Rinconada (las veces anteriores había ido en el carro de mi amigo). Fue, entonces, un hecho fortuito el que me quedara a ver las carreras en la casa: "lo ligaré; a través de la televisión" me dije.

Vi ganar a The Quick la primera carrera, con el entonces aprendiz José Martín Toro y 60 kilos de handicap aún luego del descargo de 3 kilos (cosas de la época). Luego ganó Dan Lavette (el medio hermano del destacado corredor Laussenden, posteriormente vendría Sindecir), con el jinete que yo más respetaba en esos tiempos por su estilo agresivo y arreo impresionante, Angel Francisco Parra. Las expectativas crecían a medida que transcurría la tarde. Ambush ganaba en el mejor lote y luego Quiamare en otra competencia interesante. Ganó entonces Miss Sea sobre Nabbule y Beyeler (otro grupo de buena clasificación) y entonces... ¡sucedió lo impredecible!. Un apagón general en el edificio, que me quitó la señal del televisor y hasta la radio, pues la única que tenía era conectada por cable.

Debían ser cerca de las tres de la tarde, a punto de iniciarse el juego 5y6. El "Simón Bolívar" se corría entre la tercera y cuarta válida, y ya la angustia se apoderaba de mí. Esperé unos minutos a ver si la luz regresaba, pero eso no sucedió. Revolví toda la casa buscando algunas pilas (y a la vez algún radio que las utilizara), pero el intento nuevamente fracasó. La angustia, a estas alturas, ya se transformaba en desesperación. Recurrí a una vecina, pidiendo una radio con toda la urgencia del caso. La primera solicitud no arrojó resultado positivo, pero luego apareció un pequeño aparatico, de algún otro vecino que afortunadamente sí tenía. A todas estas, casi eran las 4 y media de la tarde y mi gran ídolo, Indudable, estaba listo para su gran compromiso. Luego de prender y sintonizar un poco torpemente una emisora, me encontré con que se acababa de ordenar la partida. No recuerdo ni la emisora, ni quién era el narrador. Eso no era lo importante. Tampoco me interesó saber qué caballos peleaban la delantera o en qué parciales corrían. Sólo quería escuchar el nombre de Indudable, dónde iba, cómo iba.

Imposible olvidar el momento de tensión que viví, sobre todo cuando ya habían entrado en la recta final y escuché "Indudable no progresa". En el momento no tuvo ningún significado para mí que ganara Kabakán en emocionante duelo con Giovanotto, consagrando a un aprendiz como Pedro Monterrey. Sencillamente me era imposible aceptar que Indudable, el invencible, el infalible atropellador, apenas pudiera alcanzar un quinto lugar. Una derrota de un caballo como ese nunca la había considerado como una posibilidad, y pensar en una posición totalmente fuera de protagonismo fue un golpe difícil de superar. Esa fue la primera vez que lloré por Indudable.

Menos de tres meses antes, fue cuando por primera vez supe que el hipódromo existía. Mis experiencias anteriores, en las aburridas tardes dominicales, eran de rechazo hacia la transmisión de las carreras. Ni lo entendía ni me despertaba interés conocer qué sucedía, más bien me molestaba no encontrar más películas para combatir el ocio. Fui al hipódromo por casualidad un sábado comenzando el mes de agosto, acompañando a mi amigo Hiram, quien sí era un gran fanático, pero tampoco hubo mayor atractivo para mí, lo confieso. Fue esa tarde, ya en la cuarta o quinta carrera cuando tomé prestada la revista para tratar de entender, y mi primera pregunta, recuerdo, fue ¿esos caballos tan grandes pesan tan poco?, interrogante que me surgió viendo los 50, 53, 55 kilos que aparecían a la derecha del nombre de cada animal. Una pregunta tan risible como esa fue, sin embargo, la primera de muchas otras que me fueron mostrando que sí había cierto sentido en ese mundo desconocido. Hasta le pedí prestados 5 bolívares para apostar, luego de informarme medianamente en qué consistía cada tipo de jugada, y yo mismo seleccioné jugar placé a Se Fué, que llegó segunda perdiendo con First Chance. El dividendo fue de Bs. 11 y la alegría inmensa. Terminó la jornada con balance de algunos pocos bolívares a mi favor, con lo cual pude devolver los 5 bolívares e invitar algún refresco (no recuerdo si lo hice).

A la semana siguiente compré mi propia revista y me llamó la atención repetir la experiencia en el hipódromo. Fui esta vez "armado" con mis propios 5 bolívares y me dediqué a "estudiar" (quien sabe con qué argumentos) las carreras, con cierto éxito, recuerdo. Ese domingo, de nuevo en La Rinconada, fue el momento clave, el que definitivamente me abrió los ojos y me dejó muy claro que el hipismo sería parte inseparable de mi vida. Se corría el Clásico Coproca y me impresionó ver la campaña de un caballo en especial: Indudable, para el momento con 8 triunfos en 9 actuaciones. Acababa de perder la Triple Corona con The Iron, pero eso yo no lo sabía, como tampoco podía saber que Salt Lake, que participaba en la carrera, era otro caballo con logros extraordinarios en la pista. Ronán, del Stud Valecito al igual que Indudable, había sido retirado. Vi la carrera con especial inteés, impresionándome al observar como aquel imponente alazán atropellaba para ganar sensacionalmente. Nació en mí una gran admiración por este caballo, por su pundonor, por su autoridad, por su supremacía. Supongo que Indudable me mostró el espíritu de competencia que tienen los purasangres, esa gran capacidad de lucha, de entrega en la pista que increíblemente es característica fundamental de esta raza artificial. También me conmovió y me impactó, apenas instantes después de ver una demostración como la de Indudable, observar cómo Salt Lake, el otro gran caballo, se quedaba en la pista, visiblemente lesionado. Quizás en ese instante no lo supe, pero un momento como ese me enseñó que en este mundo del hipismo conviven y fluyen por igual los momentos de grandeza y momentos terribles, y cada uno se vive con absoluta intensidad, marcando para siempre la existencia de aquellos que hemos sido tocado por esta pasión inocultable.

Desde ese día, cada martes en la mañana la prioridad era comprar la revista y lo primero, al tenerla en las manos, era buscar el índice alfabético por la "I" ansiando encontrar el nombre de Indudable. En época escolar, libros y cuadernos cumplían extraordinariamente el papel de ocultar la revista hípica, en aquellos tiempos en los que uno se pasaba días y días leyendo columnas, noticias interesantes, reseñas inolvidables... en fin, leyendo hipismo. Nació la vena de investigar, de profundizar en época pasadas, de valorar lo presente, de respetar a la gente que hace hipismo y tratar de colocarlos en su justa dimensión. De entender que todo esto es un deporte de alta competencia, un espectáculo maravilloso que vive de la pasión, del ansia de triunfo de aquellos que invierten elevadas cifras de dinero en una ilusión, en el deseo de criar o de poseer un purasangre campeón, un purasangre que estará en sus casas compartiendo con toda la familia, inmortalizado a través de fotos, de vivencias, de experiencias, de recuerdos.

Indudable, aquel caballo que nació el 8 de febrero de 1981 en el Haras Varsego, luego de aquel "Simón Bolívar", nunca volvió a ser el mismo. A los 4 años ganó el Clásico Andrés Bello y la Copa Confraternidad del Caribe, pero ya no era igual. Fueron más las veces que perdió que las que ganó y así se mantuvo hasta que no dio más. Corrió el Clásico Presidente de la República ya en su mayoría de edad (5 años) para llegar cuarto, sin mostrar ni tan siquiera una pizca de la clase que un día lo elevó a la categoría de ídolo. Abandonó las pistas derrotado, lesionado, ya sin ganas de competir. Verlo en esas condiciones fue un momento decepcionante, una experiencia triste que nunca he olvidado y que me ha costado revivir. .

Indudable superando a Giovanotto en el Clásico Andrés Bello

Fueron 13 triunfos en un total de 28 salidas y Bs. 5.239.710. Cuando al tiempo leí una pequeña nota en la revista que reseñaba su muerte, el 27 de julio de 1986, consecuencia de las lesiones que lo sacaron de la pista, fue la segunda vez que lloré por un caballo que marcó mi existencia, que me abrió las puertas del maravilloso mundo del hipismo y me enseñó a valorarlo.

Hoy, años después, pienso que soy capaz de entender la historia de Indudable, aunque nunca he sabido aceptar un destino como ese para un gran Campeón. Me ha sido emocionalmente difícil indagar más detalles, conocer motivos, digerir explicaciones, pero supongo que algún día tendré el valor de hacerlo. Queda, sí, todo un legado de grandeza, vivencias que jamás podré olvidar y nuevas lágrimas (tercera vez) inevitablemente cargadas de emoción al terminar de escribir esto.

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, jueves 8 de mayo de 2003

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