Anécdotas Hípicas Venezolanas presenta

Ann Elliot:

La primera voz femenina transmitiendo carreras en Estados Unidos

Editado por Juan Macedo

 

Las carreras en Jefferson Downs durante la década de los ’60 fueron trasmitidas por una mujer catira de ojos azules, baja de estatura y simpática. Se llama -o la llaman- Ann Elliot. Es una profesional del mundo radial y de la televisión.

 

Ha animado algunos shows y tuvo el suyo propio. Su esposo era locutor de carreras. Pero al sufrir un leve ataque al corazón, dejó de trasmitir. En su lugar quedó su esposa.

 

No trasmitió para la nación. Claro que no. Trasmitió internamente, para orientación general de los aficionados. Comenzaba por ir anunciando pausadamente los nombres de los competidores, los cambios de jinete, de peso. Anunciaba el comienzo del desfile. Ya nombrando caballos, sus jinetes, sus colores. La carrera para el público es como un noticiario cinematográfico. Hay que decírselo todo. No debe dejarse abandonado a su bueno o mal conocimiento. Ann Elliot anunciaba de todo.

 

Por ejemplo, cuando el tránsito se congestionaba, ella lo anunciaba y aconsejaba qué vía debe tomarse. Cuando ocurría algo inesperado, también lo anunciaba. Cuando la crisis de Cuba, ella pasó, con voz sombría y estremecida por la emoción, el llamado para que los reservistas de la defensa civil se dispusieran para cualquiera emergencia.

 

Su voz, su simpatía y su encanto personal, hizo de Ann un show en el hipódromo. Todos la querían. La llamaban “La Salvaje” y “Ann The Pink”. Entre carrera y carrera, de no haber anuncio que hacer, Ann ponía valses suaves y tangos inmortales, a los aficionados no les gusta la música estridente.

 

Ann Elliot estaba metida en una pequeña caseta de madera y vidrio. Su mobiliario eran dos sillas, un equipo trasmisor y el tocadiscos. Lo demás era ella, con perfumes, flores, aspirinas, sandalias doradas y su angustia de mujer cuando a un jinete o a un caballo les ocurre algo. Si hacía frío, ella temía por ambos. Si ruedan se angustiaba y no se tranquilizaba hasta tanto no le tocaba anunciar que el accidente ha sido sin consecuencias. Siempre vestía elegante aunque sencillamente.

 

Metida en su caseta, Ann se ve a veces acosada por los insectos nocturnos que son atraídos por las luces. Una vez estaba trasmitiendo y de pronto su voz se hizo nerviosa y descontrolada. Los aficionados, habituados a oírle su compostura sin afectaciones, volvieron sus ojos hacia la caseta. Vieron a Ann que hablaba contorsionándose como si bailara rock and roll. Sus contorsiones eran cada vez mayores, motivo por el cual acudieron a auxiliarla. Pero Ann terminó su trasmisión, nerviosa y toda y luego dijo lo que le pasaba. Era que una mosca grande se le había metido por la espalda y volaba dentro de la holgura de la blusa y la desesperaba.

 

Ann dijo: “Por razones de mi trabajo no se me permite jugar. A ningún empleado alto o bajo del hipódromo se le permite jugar. Es contraproducente y perjudica a la empresa”. Pero ella no juega por eso y porque la necesidad de atenderle al trabajo no le despierta interés por el juego. Además, lo que va viendo entre los sabios de carreras y los que se dicen en posesión de todos los secretos es para caerse muerto de espaldas. “En este negocio ningún jugador bueno o malo gana. Si yo jugara, perdería lo que gano trabajando. Aquí nadie gana”.

 

No todo tiene color de rosa en su profesión. En una ocasión se le acercó un aficionado con mala cara. La miró y le dijo de mal talante: “Vengo a este hipódromo huyendo de mi mujer y resulta que me la encuentro a usted, con su voz de sapo, para aumentar mi amargura”. Ann Elliot estaba acostumbrada a las caricias y a los insultos verbales.

 

Sus amigos, preparadores, jinetes y entendidos, le daban buenos datos para jugar pero ella no hacía caso. Insistía en no jugar. Fue una mujer famosa como locutora de carreras. La revista Sport Illustrated le concedió un trofeo como la primera voz de mujer en carreras.

 

Fuentes: extraído de la Revista Turf

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, viernes 29 de abril de 2016

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