Anécdotas Hípicas Venezolanas presenta:

Omar Lares

Por Marsolaire Quintana

 

Forjado como cronista en aquella otra era de gobernantes charreteras, nunca ha dejado en el tintero la simpatía que entonces les profesara, así como tampoco se reserva el rechazo que paradójicamente el actual comandante en jefe le inspira. No sólo hombres de uniforme, sino toreros, estrellas olímpicas y de las marquesinas imbrican sus cuartillas y ocupan el álbum de personales afectos -en el que podría anotarse algún galante episodio como nota a pie de página- de este periodista que se convirtiera en aedo de una Venezuela que es ahora pura nostalgia. Testigo y protagonista, este experto en obtener entrevistas de celebridades e inaccesibles poderosos, no obstante, es también experto en el arte de evadirlas

 

Todo estaba listo para que aquel jueves, el “suplemento ameno” de un prestigioso diario fuese retenido por primera vez entre las manos de la sociedad caraqueña. Era octubre de 1953 y el país entero vería en su primera portada a un espigado muchacho, retratado junto al mayor Benjamín Maldonado, presidente de la Liga Profesional de Béisbol. Era Omar Lares Rigores, el cronista.

 

En esos días se estrenaba Los caballeros las prefieren rubias, con Jane Russell y Marilyn Monroe. Lucila Palacios escribía su columna Excursión, y los avisos ofrecían la oportunidad de hacerse con un televisor RCA Víctor, modelo consola, por el precio de Bs. 2.195 . Además, en el Country Club las damas de la Sociedad Bolivariana desfilaban por ese entonces los trajes de León Benzecry, a beneficio de los niños huérfanos y, a decir verdad, de la imagen pública de doña Flor de Pérez Jiménez.

 

Aunque el Ministerio de Relaciones Interiores anunciaba la programación de la Estación Televisora Nacional entre 7 y 9 de la noche, la radio reinaba con sus novelas y sus musicales: Amorosa redención se transmitía con éxito en Radio Rumbos, que quedaba en la esquina de Junín; A gozar muchachos, animado por Musiú Lacavalerie en Radio Caracas y El Bachiller y Bartolo por Continente, disfrutaban de la más alta sintonía. No obstante, ese octubre estaría marcado por la serie mundial de béisbol, narrada por Pancho Pepe Cróquer en Radio Tropical.

 

 

La gente asistía a restaurantes como Chez Napoleón o El Jardín, éste último ubicado entre las avenidas Vollmer y Alameda de San Bernardino. Y la noche pertenecía a la jai, que concurría en su automóvil Citröen –“el pura sangre de la carretera, traído desde París por 5 mil 220 bolívares”- a la boîte de El Conuco, para ver y escuchar a Carlos D’Castro, escandaloso travesti. Sin embargo, la locura de la insomne clase acomodada consistía en apoderarse de las mesas del Moulin Rouge, en la esquina de Sociedad –tan patriótica ayer como ahora, tiempos de la carne en vara resucitada- recinto cuyo lema marcaría para siempre la época: “belleza, frivolidad, alegría”. ¡Genial!, sería la exclamación cónsona con su estilo, marcado por latiguillos expresivos que cierran cada episodio de sus columnas.

 

Tres años atrás, el 1º de agosto de 1950, Omar Lares entraba al diario El Universal por la puerta del recién estrenado edificio Ambos Mundos, frente a la Cancillería, de Conde a Principal. El mismo día en que el torero César Girón obtuviera un triunfo memorable en una novillada criolla -en el Nuevo Circo de Caracas mataría 6 ejemplares, por percance de su alternante Moreno Reina- Omar Lares subía al primer piso para ponerse a la orden de Hermán Ettedgui. Chiquitín, el atleta cuyo récord nacional aún mueve las entrañas henchidas de orgullo patrio, sería su jefe por algún tiempo.

 

Era un edificio muy bonito, diseñado por el arquitecto Gustavo Wallis”, recuerda Alfredo Schael, quien acompañaba a Guillermo, su padre, cuando éste escribía para el diario su columna Brújula. En la entrada habían colocado una mesa grande de mármol, para redactar avisos clasificados, que se entregarían en las taquillas ornadas con bronce. Hacia el fondo, a la derecha, quedaba la redacción. Allí estaba la oficina de Pascual Venegas Filardo. Aparte, en el primer piso, estaba la sección de deportes.

 

En aquel momento había un pariente suyo, llamado Werner Heuer Lares, en la directiva del periódico”, afirma Schael. La familia estuvo vinculada a la sociedad de Trujillo y del Zulia. De hecho, “Omar desciende de un personaje muy importante, llamado José Ignacio Lares, un hombre de Escuque, emparentado de alguna manera con Rafael María Baralt”, continúa el director del Museo del Transporte, con ánimo genealógico. Omar Lares nació en Valera, estudió con los Salesianos en el colegio Don Bosco de Valencia, llegó muy joven a la capital, y eso es algo en lo que todos sus exégetas coinciden.

 

Entonces el muchacho de la provincia comenzó a escribir en El Heraldo. “De allí lo arrastré hacia El Universal”, asegura Chiquitín Ettedgui. “En esa época, los maestros de la crónica deportiva eran Miguel Toddé, Alberto ‘Tapatapa’ Hernández, Franklin White y Juan Vicente Bello”, rememora Álvaro Miranda, quien entró al periódico el mismo año. Miranda venía del diario La Esfera. Era estudiante del liceo Fermín Toro y cubría, para ese periódico, la crónica de los Juegos Inter liceístas. Luego lo llamaría Andrés Eloy Dillinger a trabajar allí, cobrando un modesto sueldo. Poco tiempo después, cuando al fin se aposentó en Ambos Mundos, se convertiría -junto con Lares, Abelardo Raidi, Felo Jiménez y media docena de nombres gentilmente recordados por los nostálgicos- en pionero del periodismo deportivo.

 

Ser cronista deportivo –imagino que igual pensará Omar- era algo espectacular”, reflexiona Miranda, “pues estábamos ingresando a un campo en el que todos teníamos la misma oportunidad”. En las tardes Miranda y Lares acudían a los eventos. “Establecíamos las relaciones y escribíamos con propiedad a partir de nuestra consulta a los entrenadores”, comenta. Según Miranda, este apasionamiento produjo una de las crónicas más puras, más sinceras, de América Latina. Mientras que en otros países la crónica había sido cuestionada por su ligazón con determinados equipos, en Venezuela hubo un espíritu bastante prístino. “Había un muro invisible entre el cronista deportivo y el resto: estábamos separados de la actividad política”, remata.

 

Bello, gran amigo de Lares, cubría algunas fuentes “elitescas” como el tenis y el golf, e introdujo al periodista trujillano en aquel mundo reservado sólo para algunos pocos elegidos. Sería la década gloriosa para la raqueta de Andreína Pietri, hermana de la ex-primera dama Alicia Pietri de Caldera; prima de Arturo Uslar Pietri; pariente de los Herrera. Metafóricamente, eran los grandes cacaos. Coloquialmente, los chivos que más meaban. Literalmente, los oligarcas. ¿Cómo lo ven?, señalaría Lares en sus remates.

 

Lares simpatizó con esos privilegiados desde el comienzo. La calidad de su producción, los contactos que hizo y las personas que aparecieron en las páginas de El Universal, demostraron que era alguien capaz de establecer lazos internacionales, viajar con frecuencia e incorporar no sólo el deporte en sus reportajes. “Su columna ayudó mucho a tener un cúmulo de relaciones locales que le daban acceso a esas grandes entrevistas”, deja entrever Schael. “Creo que sus comentarios sobre los espectáculos y eventos sociales, que no tuvieran una relación directa con el juego, era una manera de proyectar la fuente deportiva hacia otras esferas”, apunta Miranda.

 

Es una persona muy ávida de información, con la habilidad para saber lo que puede convertirse en noticia en un momento dado y presentar en forma amena, y hasta escueta, si se quiere”, comenta la voz de una fuente reservada. “Pero su afán de notoriedad ha sido su perdición”, resalta. Y agrega, no sin antes insinuar que Lares y él no se hablan desde hace años “por antiguas querellas” de origen hípico “es un agallúo de la información, capaz de todo por una exclusiva”.

 

Pese al sesgo de estas opiniones –no pocas, por cierto, entre quienes pretenden dar su versión y ocultar su apellido- Lares consiguió docenas de entrevistas polémicas –Salvador Dalí, María Félix, Marcel Lefebvre, Augusto Pinochet, Rocky Marciano, Sophia Loren, figuras cuestionadoras y cuestionadas, y excesivamente quisquillosas con la prensa- en una época en la cual sólo el peso de las afinidades y los parentescos podía lograr tales hazañas.

 

Dicen las fuentes cercanas que como entrevistador ha hecho historia. Incluso, dejaba muchas veces lo que estaba haciendo -tareas cotidianas como la crónica del día, el comentario oportuno, la supervisión de sus redactores cuando ya había tomado la jefatura de deportes- para cruzar el mar. Dicen también –reconstruyendo la crónica del cronista con anécdotas y cuentos de camino-, que por aquellos años dos grandes palancas habrían de impulsarlo hacia esas entrevistas: Phill Gèrard y el yugoeslavo Antoni Peroscz, quien fungía como representante de Cessna en el país. Tal vez esas amistades incentivarían su gusto por la aviación, mejor dicho, por el Concorde, mudo testigo de las tertulias y de los coqueteos del periodista con el jet set internacional, sin excluir a las aeromozas, por supuesto.

 

El regodeo del personaje en su conquista por el privilegio, no conocía límites y desde muy temprano inventaría sus propias fórmulas para conseguir los objetos de sus deseos. Que serían muchos. “Una noche”, cuenta José Visconti, quien trabajó a su lado durante 14 años, “regresaba Carrasquelito de su primera temporada en las Grandes Ligas, de incógnito. Lares lo fue a buscar, lo llevó a cenar y luego lo mantuvo escondido en un hotel”. Levantó el teléfono y ubicó a Felo Jiménez, quien representaba en ese momento algo así como la competencia: “Felo, dijo, llegó Carrasquelito”. “¿Sí? ¿Y dónde está, para entrevistarlo?’, preguntó Jiménez. “Puedes verlo mañana en sus declaraciones para El Universal“, encajó Lares. ¡Agudo!, parece ser la expresión del periodista a propósito.

                                                                                    

Al tiempo que despachaba como jefe de sección, elaboraba su columna de los jueves, la cual aseguraba una circulación exitosa para el periódico, pues junto con la de Abelardo Raidi, de El Nacional, la gente podía hacerse una idea de lo que pasaba en el país y no era reseñado en los titulares. De esta manera, Lares había pasado a ser, a un mismo tiempo, actor y relator. Debido al influjo que sus comentarios “periféricos” sobre eventos sociales tuvieron sobre el sector más tradicional y empingorotado, creó Sprit, “una columna que la ha copiado todo el mundo, por cierto”, dice Álvaro Miranda.

 

 

Y es que desde que el Mercure galant fuera fundado por Donneaut de Vizé en 1672, época de Luis XIV, los beneficios que pudiera producir el agradecimiento de las personas de alta posición elogiadas en su publicación, era algo de esperarse. “Si no, ¿cómo podría financiar la columna dominical?”, pregunta uno de sus cómplices nocturnos. “Por eso su columna dominical es lícita”, resalta Miranda. “Hoy día a lo mejor la gente de las nuevas generaciones tienen una postura más crítica frente a lo que él hace”, ensarta Schael.

 

Mas las rosas sin espinas, aún no se han inventado, aunque unos cuantos desearían lo contrario. Esos comentarios, ese reconocimiento público de sus relaciones, le han traído acerbas críticas. “Ha tenido una postura polémica, como el reconocimiento que hace al período perezjimenista”, asegura Alfredo Schael. “Tuvo un amigo ahí”, prosigue, “una persona con quien estableció buenos vínculos” Ese hombre era Pedro Estrada. En tiempos del exilio de Estrada tuvo la oportunidad de hablar mucho con él, y éste daba informaciones que algunas veces dejaba colar en su columna.

 

El propio Estrada, en una famosa entrevista concedida en París a Agustín Blanco Muñoz, lo confirma: “Y ahí tienes el caso de un periodista que públicamente dice que es mi amigo, cuestión a la que no se atreve mucha gente, que es Omar Lares. Jamás lo conocí en Venezuela. Hoy le tengo gran afecto porque admiro su consecuencia y su valor. Muchas veces ha ido más allá, y hasta he llegado a preocuparme, porque pudiese publicar cosas que no le convengan al periódico donde trabaja. Sin embargo él lo hace”. Lares publicaría, inclusive, el famoso telegrama con el que Pérez Jiménez detuvo la supuesta incursión a territorio patrio: “cuando los barcos colombianos estén llegando a Los Monjes, los camberras estarán sobre el Palacio de San Carlos”. ¡Ahí queda eso!, como escribiría el propio periodista en Sprit.

 

Con el transcurrir del tiempo Lares devino ídolo. Ni más ni menos. De hecho, quienes le han facilitado o despejado el camino para llegar a sus fines así lo consideran. “Además de su propia iniciativa”, comenta Schael, “es un hombre que tiene una muy desarrollada manera para la pesquisa; es ameno, es ligero, es preciso, y adorna su columna con latiguillos. Y si uno no los encuentra, se extraña.”

 

Veinte años más tarde, Omar Lares se había transformado en el gran mediador. Sus entrevistas y sus columnas semanales le habían convertido no sólo en los ojos del deporte, sino en la voz de un sector muy determinante de la colectividad. “Una voz de locomotora subiendo una cuesta”, como lo describe Visconti. En ese sentido, el propio Schael reconoce que el periodista “estableció una especie de compromiso con un sector cuya opinión, lamentablemente ha sido bastante errática”. Y otra fuente –cuyo esplendor y ornato impiden pronunciar su nombre- opina que “las personas que han sido interpretadas allí, no le han permitido a este señor mantener un pensamiento coherente”. “El se deja impresionar mucho por las opiniones ajenas”, completa Schael.

 

El no ha dejado de ser un romántico trasnochado: se abraza a una idea y por ella se apasiona”, revela su amigo Leo Ron Pedrique, amigo desde la década del 70, época en la cual Lares comienza a invadir el terreno del hipismo. “Yo criaba caballos de carrera”, prosigue, “y a él siempre le han gustado los caballos”. En efecto, Omar Lares incursiona en ese terreno y en la administración pública de manera frontal, durante el primer quinquenio de Caldera, como directivo del hipódromo de La Rinconada. En realidad, durante algún tiempo, en otra Caracas, la gente que tenía posibilidades y recursos, vivía prácticamente en El Paraíso, cerca del viejo hipódromo. De ahí surgió una cantidad de familias hípicas entres las cuales estaban los Abilahoud, los Lauría, los Pocaterra. “Por eso es que se dio esa mezcla entre gente vinculada a la cuestión del turf”, relata Ron Pedrique, “gente allegada a la crianza –los Branger, los Revenga-, y el círculo de mayor prestigio, el Jockey Club”. Sólo entraba gente de “abolengo”, y Omar Lares andaba por allí a sus anchas. ¿Cómo lo ven?, acotaría Omar.

 

Lares aprovecha su apego al mundillo hípico -Domingo Noguera, Gustavo Avila, Juan Araya, Eduardo Azpúrua, Edmundo “Cocina” Ruiz, MillardMusiúZiadie- y crea la columna Aquí, Madrugador, sin firma, repleta de datos y líneas para los fanáticos del 5 y 6. Los traqueos se hacen en la madrugada y quien se anticipa más, mejores posibilidades tiene de agavillarse a las fórmulas ganadoras. Y eso lo hacía muy bien.

 

Una de las fuentes, off the record, comentó que su pasión por los caballos tenía un componente más placentero: las jockettas, amazonas que por aquellos años cabalgaron más de un pura sangre. “Inclusive, salió por ahí que había tenido una novia y lo estaban buscando para matarlo”, comenta Ron Pedrique. “No digas que yo te lo dije”, murmura con sorna uno de sus allegados, “pero contaban en esos días que Omar había sido sorprendido con la mujer de un preparador de caballos, en un hotelito de la carretera Panamericana”. ¡Oído al tambor!, parece ser el latiguillo de Lares que con sorna acompaña el relato.

 

En esa Venezuela Saudita, la eterna camarilla de la estirpe criolla -siempre oportuna, y oportunista, a la hora de aprovechar ventajas para exhibir su boato- había abandonado el Círculo Militar desde hacía tiempo. Si unos lustros atrás Reynaldo Herrera -tal como se lo comenta Pedro Estrada a Lares- le había propuesto al General Pérez Jiménez la incorporación automática de los miembros del Country Club al Círculo Militar, ahora la casta linajuda, pactaba con los nuevos ricos surgidos por obra y gracia del mene. “Observa cómo la oligarquía siempre trata de penetrar”, gemiría Estrada.

 

Son esos vaivenes del arribismo los que le encasquetaron a Lares la etiqueta de cronista social. Accedieron a las columnas y pudieron mirarse en su espejo. “Al lado de apellidos heredados, aparecían Pérez y Ramírez cuyo único título era poseer apartamentos en Miami y casas rodantes en Venezuela”, escribe Earle Herrera, en La magia de la crónica, sin saber que anunciaría con profético acierto el recién estrenado y madrugador embeleco de estos días bolivarianos.

 

Es en esa noche setentosa que Lares saca punta a Sprit. Proliferan los piano-bar o pubs mínimos para el petit comité, como Feeling, el Via Veneto o el Juan Sebastián Bar. Es la década gloriosa de la República del Este, ubicada en una ciudad que publicaba anualmente unos 200 títulos. Y para otros, los clubes privados –sólo para socios, como el Mau Mau, el City Hall o el Chuky-Loocky-, modernos, contrastantes y destinados a la nouvelle vogue caraqueña, abrían sus agallas al exceso. ¡Pintoresco!

 

Como si del Cronista Real de Indias se tratase -“ser hombre de cultura, buen escritor, de vida honrada en público y en privado, porque se trata de responsabilidad alta y noble”, había sido la sugerencia del rey Felipe II en 1571 para este cargo- Omar Lares ha compilado, en gran parte, tragantadas, tragantonas, tragedias, tragicomedias, traiciones, trajes, trajines, tramas, tramontanas, trampantojos, transacciones, trascendencias, transferencias, transfiguraciones, transformaciones, transparencias y transpiraciones de la sociedad pudiente, aún sin habérselo propuesto. ¡Ufff!

 

A diferencia de La ciudad se divierte, del mítico Pedro J. Díaz -“clásico de la frivolidad, aparente, entretejida de ironía y agudeza”, escribiría Salvador Garmendia-, o de la Pantalla de los jueves, de su contertulio Abelardo Raidi -distanciados por un impasse desde hace pocos años-, la crónica de Omar Lares no es ni del todo social, ni del todo deportiva, tal como lo ha expresado reiterativamente a sus amistades.

 

Al igual que el antiguo cronista Indias, las columnas de Omar Lares han sido marcadas por sus convicciones, sentimientos y pasiones. “El cronista tiende un puente entre las cosas que vio y las que ve”, afirma Leo Ron Pedrique desde su oficina en Mágica FM, “establece un punto de referencia para la gente que no conoció esa época”. Pero a veces los cronistas, remolcados por su propio encandilamiento y por las falsas nociones de lo que creen haber hallado, acogen y repiten cualquier idea. “Sin embargo –reitera Ron- dentro de todos los cronistas es el más valiente en sus denuncias”.

 

Por ejemplo en este período, en el cual al principio aupó a Chávez, ha tomado una actitud bastante crítica. “También ha tenido una posición constante sobre el tema de Fidel Castro, del comunismo en Cuba y la situación del pueblo cubano”, añade Alfredo Schael. “Pero en otras áreas”, prosigue, “Omar Lares ha sido un poco más débil, y más posesionado en puntos de vistas muy efímeros”.

 

El Presidente Chávez se ha abrogado la innecesaria, contraproducente y poco diplomática tarea de retorcer la nariz del Tío Sam… erró flagrantemente al declararse maoísta y un segundo Fidel Castro…”, ha escrito recientemente Lares en su columna de los jueves.

 

Mi palabra de hombre es que nunca Omar Lares ha recibido un centavo por opiniones o campañas electorales”, testifica enfático Ron Pedrique. “Su apoyo es espontáneo a algunas figuras, y es gratuito; he ahí el caso de Chávez. El amor que le tuvo se transformó en odio. Ni cobró por el amor, ni cobró por el odio”, puntualiza el empresario radial.

 

Con algo de nostalgia, con mucho de saudade, con suficiente melancolía, Lares comienza a escribir sus columnas con demasiado apego a un pasado que no retornará. “Para un cronista es difícil tener objetividad”, escribe Earle Herrera en el citado ensayo, “sobre todo si lo que se aproxima es la destrucción de un mundo y la creación de otro a imagen y semejanza de los vencedores”.

 

¿Pero puede ser objetivo el figurante que ve acabarse la obra antes de tiempo? “Pasmo es el término para interpretar en este momento la conmoción que experimenta la comunidad caraqueña”, traza Lares, tras enterarse de la muerte de Federico Blohm, amigo entrañable. “Una pérfida prédica generadora de revanchismo y un odio inocultable de clases”, agrega, es la fórmula que explica todas las acometidas contra aquellos que otrora fueron protagonistas del ornato, y hoy se repliegan al exilio. Ya le diría Pedro Estrada, cual oscura pitonisa: “los nuevos ricos venezolanos se están cavando su propia sepultura”. ¿Oligarcas, temblad?

 

Pocas personas viven tan apasionadamente el periodismo como Omar Lares. En la celebración del octogésimo aniversario de El Universal, Napoleón Bravo lo presentó en su espacio televisivo como cronista social. “Periodista deportivo”, corrigió Lares. Y tampoco recordó que Lares fue pionero en el mundo de los comentaristas deportivos en radio y televisión.

 

Aún más, el tiempo lo ha estirado tanto –y su carácter cercano a la ubicuidad también ha contribuido a ello- que ha registrado a las mujeres más bellas en las fotos de su columna y a los hombres más elegantes. Ha descrito, esbozado y profetizado más de una unión, ha realzado a las misses con más posibilidades en los concursos internacionales, ha recorrido en auto –junto con Fangio- unos cuantos kilómetros. Ha visto las hazañas deportivas más prominentes de la historia, como el knok out que Rocky Marciano le propinara a Joe Walcot; dos faenas de Antonio Ordóñez en la Monumental de Madrid; un squeeze play de Phil Rizzuto con Joe Dimaggio en tercera base; y las goleadas de Pelé y Di Stéfano. Todo, todo en el lugar de los acontecimientos, en vivo y en directo, para envidia verde o admiración inmaculada.

 

Un matrimonio truncado, un recuerdo materno que punza en el corazón, una hermana consentida –Zobeida-, un hermano con galones de peso –el general Bernardo Rigores Lares-, algunos amigos tristemente fallecidos –su cuñado León Holcblat, Chuchú Grisanti o Federico Blohm-, muchos amores y admiraciones femeninas –Lupita Ferrer, tal vez, según cuentan, sea la mayor-, grandes descubrimientos y patrocinios artísticos –Toña Granados, Floria Márquez, o su consentida Brenda Fígallo-, -tremendos desencantos políticos –Chávez, Irene Sáez-, un infarto infame que le ha reducido la longitud de sus escapadas nocturnas, una cincuentena de recuerdos y un gusto por la majeza, la galantería y la exultación, podría ser el recuento sucinto de lo que Omar Lares es hoy cuando se planta ante el espejo. Eso y sus uñas pulidas, sus corbatas de seda, sus colonias francesas, sus trajes italianos y el Mercedes Benz de turno.

 

Entretanto, afuera, el país está mudando la piel. Las fiestas ya no son de órdago, pero los jacarandosos serán eternos. El gusto por la pompa continuará insertándose entre pecho y espalda de los nuevos actores, aunque el glamour del paraíso perdido se esté escurriendo de las manos y de las plumas de los cronistas señoriales. Porque, a fin de cuentas, nada es eterno. ¡Se cansa uno!

 

Nota del webmaster: Omar Lares Rigores nació el 7 de mayo de 1929 y falleció el 10 de octubre de 2014 en la Clínica El Ávila, al sufrir un infarto fulminante cuando se dirigía a la sede del diario El Universal, en la avenida Urdaneta.

 

Fuentes: www.marsolairequintana.wordpress.com, publicado por la revista Exceso en el año 2001.

 

Anécdotas Hípicas Venezolanas, viernes 28 de noviembre de 2014

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